La fuerza de la sociedad civil radica en la extensión, profundidad y diversidad de sus vínculos.
Estos vínculos, que pueden unir o asociar a personas, grupos, comunidades y organizaciones por razones de afinidad, solidaridad o causas justas, forman compromisos libremente convenidos para llevar adelante fines de trascendencia pública, apoyándose en la confianza que se tienen entre sí y en esfuerzos de carácter colectivo, organizados de manera autónoma.
El espíritu que los anima es una cultura cívica, ética, pacífica, independiente, pluralista y democrática de la sociedad, transmitida a través de códigos de conducta y de comunicación, identidades, formas de organización y fines compartidos.
Una sociedad civil consciente de su propia fuerza es la que reconoce, comprende, dignifica y cultiva sus vínculos, como fuentes de energía colectiva, sentido de comunidad de manera amplia, espíritu público y nuevas relaciones de reconocimiento y respeto mutuo, cooperación y deliberación democrática.