(Caracas, 23.11.2018. El Impulso). Susana Raffalli, especialista en gestión de seguridad alimentaria, emergencias humanitarias y riesgos de desastre desde hace 21 años, fue galardonada el Premio Franco-Alemán de Derechos Humanos y Estado de Derecho 2018

Mujer menuda aunque enérgica, sus ojos conservan la mirada profunda de quien ha sido testigo de injusticias y dolores. Quienes la conocen saben de su sencillez y la coherencia entre lo que dice y hace; lo aprendido y lo transmitido. Me refiero a Susana Raffalli, quien viniera el 23 de febrero de este año a la UCLA, invitada por la Cátedra de DDHH y Transparencia Venezuela, capitulo Lara. Ese día, el salón no alcanzó para los que estuvimos allí, oyendo a quien suele hablar guiada por el raciocinio y la pasión de quienes luchan con versiones acorazadas y temibles de modernos molinos de viento. Ya hablaba sobre el uso de las bolsas de alimentos como medio de control social. Incluso, sobre anunciaba lo que vendría: el uso obligatorio del carnet de la patria como forma de control político. Sabe oír lo que la historia enseña.

En sus entrevistas diferenciaba el efecto en los enfermos crónicos porque mueren y “no son garantía de votos” y mientras que al restringir el acceso a las bolsas, se trataba de “una violación flagrante del derecho a la alimentación, con la salud se manejaba otra lógica: decidían como si pensaran. “…vamos a dejar por fuera a los que igual se van a morir —los hemofílicos, los trasplantados, las quimioterapias, las unidades de diálisis— y el poco dinero que vamos a poner en salud es para los que sobrevivan.”

Ese 23 de febrero, nos dejaría el alma arrugada, con las pavorosas cifras relativas al 2015 y 2016, años en los que hubo un aumento del 65% de muertes en las madres durante el embarazo o el parto. Niños huérfanos que no tenían acceso a las formulas lácteas, pues ya empezaban a desaparecer, agravando su adquisición, que ya era inalcanzable por el costo elevadísimo de los 4 potes de leche mensuales. Alguno de los asistentes hizo alusión a galpones llenos de cajas de leche de cualquier tipo, acaparados sin compasión alguna, cuando Susana enumeraba el impacto que tanto a nivel cognitivo como físico, tendría la carencia de alimentación adecuada en las nuevas generaciones de venezolanos.

En noviembre del año pasado, en entrevista con Hugo Prieto, manifestaba su preocupación por el “incremento súbito y agudo del déficit nutricional que estaba causando graves daños a una escala inadmisible: Si de cada 100 niños mueren 10 por desnutrición, ya tienes una crisis.” Preocupación que incluía a los sobrevivientes, por las razones obvias de dificultades de desarrollo cognitivo, físico y emocional. Nos informaba que en el año 2016 habían muerto 11.400 niños en Venezuela antes de cumplir el primer año y comparaba con el año 2007, en el cual desafortunadamente, murieron 4.000 infantes. Como decía Pio Baroja: En la verdad no puede haber matices. En la semiverdad o la mentira, muchos…

Aclaró incansablemente en estos dos últimos años, que la capacidad de respuesta es la que diferencia la crisis humanitaria de la emergencia humanitaria. En una situación de emergencia, “de instalación lenta”, se muere por desgaste, y al descapitalizarse la familia, “los primeros en morir son los niños”. Por no saber cuándo declarar la emergencia, sobreviene el desgaste, el miedo y la desesperanza. Su voz se levanta en todas partes, pues el país sufre una “emergencia humanitaria compleja que ocurre en naciones con Estados despóticos donde no hay estado de derecho y donde no hay a quién recurrir”.

Los programas de Cáritas de Venezuela, han evaluado a más de 10.000 niños menores de cinco años con desnutrición mientras 16 estados alcanzaron lo que llama “la raya roja, sitúa al país en una crisis humanitaria, al tener un 15% de niños en riesgo de morir por desnutrición.” Insiste e insiste en la perentoria necesidad de solucionar lo urgente: La planificación vendrá después pues la muerte no da plazos de espera. Hay que oírla y mucho, pues como decía Italo Calvino: No es la voz la que dirige la historia, sino el oído…

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