Rafael Uzcátegui, con apoyo de Daniel Klie
Javier Torres, antropólogo peruano y activista de derechos humanos, estuvo recientemente en Venezuela para reunirse con sus colegas de las organizaciones del país y compartir la experiencia de la Coordinadora Nacional de Derechos Humanos del Perú (CNDDH) en la resistencia contra la dictadura fujimorista. Torres es directivo de la ONG Servicios Educativos Rurales y es analista político para la revista Poder y el portal Lamula.pe. En el año 2012, cuando se inició el juicio contra Alberto Fujimori, era el Secretario Ejecutivo de la CNDDHH, desde donde se promovió una estrategia jurídica y de movilización ciudadana para lograr ponerlo bajo la justicia.
– ¿Cuáles son las principales semejanzas entre los gobiernos de Nicolás Maduro y Alberto Fujimori?
– Son muchas. Para que haya democracia en un país tiene que haber separación de poderes, prensa libre, tienes que tener elecciones libres. Hay otros elementos, pero estos son los fundamentales. Tanto en el Perú de Fujimori como en la Venezuela de Maduro no hay separación de poderes. Las leyes de excepción que se van dando, las mismas modificaciones o violaciones que estos gobernantes realizan, configura un escenario dictatorial, allí hay una clara semejanza.
Lo otro tiene que ver con un tema de libertad de expresión, que es un factor que tiene que darse bajo determinadas condiciones. El hecho que haya elecciones no garantiza que exista una democracia si el sistema electoral no cumple con los deberes mínimos que deben tener, por ejemplo los calendarios electorales. Un sistema electoral tiene que ser previsible y no debe estar sometido a los caprichos del rol ejecutivo, que es un poco que pasa en Perú y lo que uno percibe en Venezuela. Me parece que lo que tenemos aquí es una dictadura como la que sufrimos nosotros.
Lamentablemente hay sectores que no aceptan esta visión porque hay una perspectiva demasiado conservadora para calificar una situación como “dictadura”. El poder y el Estado pueden funcionar pero no necesariamente son autónomos, que exista un poder judicial no quiere decir que la ley sea igual para todos. En ese sentido hay un trato a la oposición venezolana que no responde a estándares mínimos.
– ¿Cuáles piensas que son las principales diferencias?
– A pesar que son regímenes totalitarios hay unas diferencias claves en cada contexto. El gobierno de Fujimori fue un régimen que privatizó todo salvo el servicio del agua, se entregó el tema minero a transnacionales. En el caso Venezuela sucede lo contrario, ahí es diferente porque su lógica ha sido la nacionalización de las empresas y los espacios. Todo está supeditado a los momentos económicos que atravesaron cada uno de los países.
Hay una similitud en que ambos tienen una lógica extractiva, básicamente el concepto es extraer el recurso y sacar provecho, pero el problema central está en la dependencia, razón por la que descuidas todo el aparato productivo.
Dictaduras modernas
– ¿Encontraron resistencia entre los movimientos sociales, sobre todo en los del Cono Sur, para catalogar al gobierno de Fujimori como una dictadura?
– Las dictaduras también aprenden y se sofistican en sus métodos. En el caso peruano, debido a las características de una apuesta privatizadora, no hubo una resistencia a esa concepción. Fujimori había cerrado el Congreso y luego hubo una elección con denuncias de fraude. Al año siguiente ya estaba interviniendo el Tribunal Constitucional.
Incluso en el caso de Perú, para 1990 ó 1991, lo que tenemos es la construcción de un recurso que va a reafirmar ese golpe: el discurso fujimorista era un discurso totalmente antipolítico, absolutamente en contra de la búsqueda del consenso. Era un discurso que se apoyaba en decir que la política no sirve para nada, la democracia no sirve, hay que ser pragmático, se empezaba a justificar la acción de la privatización.
En la sociedad civil peruana no hubo un gran debate en torno a la consolidación de la dictadura, como si puede haberlo en el caso Venezuela, donde creo que tiene que ver sobre cómo es percibido el régimen desde otros espacios. En otros países se le percibe como un gobierno de izquierda que ha generado programas sociales. Por allí viene más el tema, de actividades ideológicas que van generando esa resistencia a denominarla dictadura.
Sobre las transiciones
– En Venezuela se ha debatido sobre cómo debería ser la resolución del conflicto: se habla de transición por colapso y transición por resolución. En el caso peruano ¿Cómo fue el quiebre de la coalición dominante?
– En el caso peruano fue una transición al final por colapso. En el año 2000 es cierto que ya estaba instalada una mesa de diálogo desde que se había denunciado el fraude en las elecciones. Pero el Gobierno de Fujimori, para el inicio de su tercer mandato, había logrado neutralizar la movilización popular, sobre todo debido al desgaste.
Y allí creo que lo ocurrieron fueron dos elementos: la denuncia de tráfico de armas a la FARC, en una operación un tanto incomprensible, donde Fujimori sale saludando a Montesinos, cuando el que había hecho el tráfico de armas era Montesinos (risas). Fue una operación publicitaria, pero como había cabos sueltos se empezó a dudar y eso evidenció que existía una presión interna.
Y lo otro fue el colapso final, entre septiembre y noviembre, motivado por la filtración de un vídeo, el primer “Vladi-vídeo” donde se veía al asesor presidencial, Vladimiro Montesinos, comprando a un congresista por 30.000 dólares. Eso se transmitió por la televisión nacional y fue el inicio del colapso.
A los tres días Fujimori tuvo que salir, la noche de un domingo, a anunciar que convocaría elecciones y señalar que ya no se iba a postular. Luego siguió la persecución de Fujimori a Montesinos, la fuga de Montesinos y finalmente la fuga de Fujimori. Fue un presidente que renunció por fax y nadie en su entorno sabía que estaba renunciando.
Entonces la transición fue por colapso. Hubo una primera etapa de negociación, pero al final el régimen se desploma por sus propias contradicciones porque la filtración vino de algún lado. Eso quería decir que había demasiadas fracturas en la coalición gobernante.
– Por tus comentarios un momento clave fue la pérdida del apoyo popular con el que también contaba Fujimori en sus primeros años…
– Hay un momento en la campaña electoral, por primera vez en toda esa década, en el que en algunas localidades Fujimori empieza a ser rechazado. Nadie se hubiera atrevido antes a realizar una manifestación opositora. Lo clave es que no era premeditado, todo era espontáneo. Empezaba el hartazgo del Fujimorismo, Este tipo de regímenes no aceptan irse por la vía electoral, están tan involucrados en la corrupción que tienen que quedarse.
Ese es otro problema de las dictaduras: los dictadores no se van por voluntad propia. Entonces creo que empezaba a percibirse cierto malestar general en las regiones, las promesas de crecimiento no eran las que se habían planteado. También el cansancio, la gente se cansa de este tipo de regímenes, al final se espera que haya una renovación de lo político.
Todo fue una suma de factores, por un lado era el rechazo del poder, por otro un cambio en la situación económica, las contradicciones internas y la evidencia de la corrupción generalizada es lo que termina desplomando al régimen.
Participación, diálogo y consensos
– Si uno está convencido que estos autoritarismos no salen por elecciones, ¿Tiene sentido participar en procesos organizados en condiciones no equitativas?
– Es un tema de debate porque estos procesos pueden legitimar a terceros, pueden ser fraudulentos, pero justamente captan la atención de la gente. Pueden no ir a votar, pero están atentos a lo que está pasando. Las elecciones pueden ser una suerte de caja de resonancia, algunos participan para formar parte. Pero si entiendes la lógica de la abstención siempre es muy difícil lograr una abstención total de toda la fuerza política, entonces la no participación de unos le da oportunidad a otros.
Lo otro es que todo espacio vacío se ocupa. Si se deja el espacio vacío a la dictadura, la dictadura va a ocuparlo todo. La gente no necesariamente puede percibirlo así, sólo ven el fraude después, no lo ve antes, sólo cuando ve las pruebas. Es un tema que se ve después de los procesos.
– Por la naturaleza del conflicto se deben promover mecanismos de diálogo. ¿Cómo hacerlo en situaciones adversas?
– Llega un momento en que los mismos partidos políticos perciben su falta de legitimidad y aceptan que se siente en la mesa una organización de la sociedad civil u otras que toman la iniciativa para tender puentes, que les muestran que hay un objetivo común: el restablecimiento de la democracia.
Algunos partidos políticos, cuando se dan cuenta que el Fujimorismo tenía planteado ser un proyecto de 20 años, cambian la actitud. Empiezan a anotarse en un Foro Político, convocados por gente cercana de la política. También se crea la asociación Transparencia, grupo que monitoreó los procesos electorales.
Había que ser muy transparente y profesional. En el caso de las organizaciones de la sociedad civil, no sólo estábamos atendiendo casos en la Corte Interamericana de Derechos Humanos o denunciando en la Comisión Interamericana, sino que ya frente a lo que veníamos venir, el hecho de tomar posición frente a la re-elección de Fujimori, generó la convergencia de intereses con otros sectores.
Cuando se trabajaban los procesos políticos hay una falsa idea de que los consensos se traducían en una presunta igualdad. No todos tenemos que pensar igual y tenemos diferentes intereses, pero queremos que la democracia se restablezca. Unos porque quieren parcelas de poder, nosotros queríamos que se respetaran los derechos humanos, cada uno respondía a un interés distinto.
Nosotros, en el movimiento de derechos humanos, además siempre hemos sido una coalición de organizaciones que tenía como regla el consenso. Era un directorio de 15 organizaciones, para llegar a un acuerdo funcionábamos así. Podíamos tener diferentes visiones, tener perspectivas sobre abordajes, pero coincidíamos en el fin.
La política es el arte de llegar a acuerdos, no es solamente tomar el poder, es llegar a puntos en común. Eso no sucedía con todos, hay con quienes nunca podíamos llegar a un acuerdo. En situaciones de crisis hay que saber dialogar. A veces pueden decir que es una traición de ideales, pero yo no estaba suscribiendo los ideales de los otros grupos, era encontrar un punto en común.
El retorno de la democracia
– ¿Cuáles consideras que son las deudas del proceso de transición a la democracia en el Perú?
– Los procesos de transición, sobre todo en el caso peruano, involucró temas claves como la reforma del sistema de justicia. Ahí no se avanzó tan rápido como se debía, a diferencia de lo que sucedió cuando construimos nuestro sistema electoral en un tiempo récord: en cuatro meses pasó de ser una institución controlada por el Servicio de Inteligencia al control ciudadano.
En el caso judicial no hubo un pleno compromiso con la reforma y habían demasiados poderes instalados en el sistema de Justicia. Otro punto fue el tema de la lucha contra la corrupción, se avanzó en sancionar a un conjunto de actores, pero lamentablemente no se mantuvieron los candados para que eso no volviera a pasar.
De ese momento tenemos: Presidente prófugo y otro presidente que tiene todas las acusaciones del mundo pero que nunca es llevado a juicio, ese es Alan García. Tienes todos a los presidentes de los últimos 15 años denunciados y al presidente actual con averiguaciones en el Congreso, entonces conlleva cierta complejidad. Faltó poner los candados, no bastó con poner presos a los corruptos. Lo último es que no se quiso tocar el modelo económico peruano, y no digo que había que volver a las políticas anteriores pero sí había que revisarlo, en el tema económico se debía llevar determinados casos a la justicia y no se hizo.
– ¿Estas deudas no son las que han mantenido la puerta abierta para un eventual regreso del fujimorismo?
– Ahí es donde entra la reforma del sistema político. Los partidos se han reconstruido, pero muchos de ellos no son transparentes, no demuestran cuál es su financiamiento. Se hizo una ley de partidos pero se omitió el tema de los financiamientos. Entonces evidentemente eso siempre genera un peligro de volver a soluciones “salvadoras”.
Hay mucho caudillismo en el ADN de la historia política latinoamericana, eso hace que haya una desafección a la Democracia y de alguna manera la gente siente que ella no resuelve sus problemas.