(Caracas, Laboratorio de paz). Como respuesta al monumental fraude electoral realizado por las autoridades en las elecciones presidenciales del 28 de julio de 2024, durante el lunes 29 de julio ocurrieron por lo menos 210 protestas en todo el país. Laboratorio de Paz realizó un mapa con la geolocalización de las expresiones de protesta popular.
Durante la jornada de rebelión popular las multitudes en movimiento se enfocaron en símbolos de la dominación autoritaria. Las concentraciones ocurrieron frente a sedes de poderes municipales y regionales, así como ante oficinas del Consejo Nacional Electoral (CNE). Asimismo, realizaron desmontaje de propaganda electoral del candidato Nicolás Maduro. 8 estatuas fueron derribadas, 7 de ellas correspondientes a Hugo Chávez. También se detectaron sedes de alcaldías y del Partido Socialista Unido de Venezuela incendiadas.
Las protestas fueron auto convocadas, espontáneas y descentralizadas. No tuvieron un sólo foco de interés, ni recorridos predeterminados de un punto a otro de los territorios. El principal perfil de los manifestantes eran personas de sectores populares, aunque también se registraron movilizaciones de clase media. La principal exigencia diagnosticada era rechazar la proclamación ilegal de Nicolás Maduro y reivindicar el triunfo de Edmundo González Urrutia.
Lamentablemente, durante la jornada se registraron personas asesinadas por la fuerza pública, detenidos y desapariciones. ONG están procesando la inmensa cantidad de datos para consolidar reportes.
El significado del derribo de estatuas
Según Julian Casanova, experto en historia contemporánea, las estatuas o monumentos reflejan, en el momento en que se construyen, el orden natural de la sociedad. Las generaciones sucesivas deciden si ese discurso sigue siendo válido o si hay que hacer una reinterpretación de acuerdo con la evolución de las ideas y de las costumbres. Juan Pan-Montojo, vicepresidente de la Asociación de Historia Contemporánea de España, opina que “Derribar una estatua es una manera de expresar unas posiciones en el espacio público, de lanzar un mensaje mediáticamente muy potente”. En opinión del arqueólogo Alfonso González-Ruibal, “Las estatuas realmente no tienen que ver con la historia, sino con el poder”.
La historiadora de arte Erin Thompson agrega: “Una estatua es una apuesta por la inmortalidad. Es una forma de solidificar una idea y hacerla presente a otras personas. No son las estatuas en sí mismas sino el punto de vista que representan (…) A lo largo de la historia, destruir una imagen se ha sentido como un ataque a la persona representada en esa imagen (…) Es una forma muy satisfactoria de atacar una idea, no sólo rechazándola sino humillándola”. Curiosamente sugiere que al derribar una estatua, una cadena funciona mejor que una cuerda. ¿Por qué? “Tiene menos elasticidad, por lo que más de la fuerza de la atracción se transmitirá directamente a la estatua”.
Noelia Adañez, doctora en política y sociología, expresa: “El derribo de estatuas nos obliga a debatir sobre la historia. Debemos comenzar por una interpretación de lo que significan estas acciones en la coyuntura actual. Es evidente que no una única cosa, pero con relación a la historia, significa que hay sectores de la población que están reivindicando, ¡atención!, no solo que cambie la historia, sino las políticas de la historia que han sostenido aquellos relatos del pasado escritos por vencedores”.
Finalmente, Lidia Mateo y Mónica Alonso, investigadoras de Historia del Arte, apuntan: “Las estatuas se colocan sobre pedestales, por lo que realzan un determinado pasado o figuras históricas, fijando una narrativa oficial, a la vez que pueden invisibilizar o derribar otros pasados y relatos. Por ello, las estatuas a veces cristalizan las disputas sobre la legitimidad de las narrativas hegemónicas”.